Hay acciones que son sanísimas y estupendas, que todos valoramos racionalmente y, sin embargo, a la hora de llevarlas a la práctica, caen en saco roto.
¿Por qué? ¿Por qué no comemos todos los días fruta, si realmente todos sabemos que es algo saludable? Bueno, evidentemente, saber no es actuar, y tener un conocimiento sobre algo, no garantiza que emprendas una acción con respecto a ello.
Veamos por qué a veces tienes la sensación de que te cuesta horrores mantenerte firme en tu objetivo, y lograr crear un hábito.
No es casualidad, no es expediente X, ni un fenómeno paranormal. En realidad, son las trampas que te pones para boicotearte cada día:
1. “No hacerlo tampoco es tan malo”
Como tu mente no soporta las incoherencias entre las ideas y las acciones, ya se busca la manera de ocultarlas, relativizando la importancia de no llevar a cabo esas conductas que “deberías”, según las supuestas ideas, creencias o valores que tienes.
En definitiva, tienes un teórico que dice “comer fruta es sanísimo” que necesita convivir con otro que dice “no comer fruta tampoco es tan malo, no pasa nada”.
Relativizando la importancia de los buenos hábitos y minimizando las consecuencias de no llevarlos a cabo, se explica perfectamente por qué, finalmente, no comes fruta, a pesar de que sabes que es sano hacerlo.
Luego conocer los beneficios de un hábito es necesario, pero no suficiente para ejecutarlo. Así que, si lo que ganas es mucho, pero lo que pierdes al no hacerlo, te parece que es relativo o mínimo, puede que no tengas la motivación suficiente para ponerte en marcha.
2. “Por no hacerlo hoy, no va a pasar nada”
Por supuesto que la flexibilidad mental es algo adaptativo y funcional, ya que convertir las acciones en algo compulsivo y rígido, que no admite excepciones, puede conducir a estados o trastornos de ansiedad.
Esto que acabo de argumentar es el manifiesto que, justamente, llevan muy presente todos aquellos que se describen a sí mismos como carentes de fuerza de voluntad.
Y es que es muy fácil escudarse en ser flexible, cuando tiendes a ser poco riguroso o constante. Si lo que quieres es establecer un hábito, la persistencia en las acciones es fundamental, ¡no queda otra!
Hasta que el comportamiento se haya transformado en un hábito, y este se consolide, la sistematización y la repetición (sin excepción) es crucial.
La flexibilidad conductual es necesaria y saludable, claro, pero déjala para la siguiente fase de mantenimiento, una vez hayas conseguido incorporar ese hábito a tu vida.
¿Cómo saber cuándo está instaurado un hábito en ti?
Lo notarás, porque ya no te supondrá tanto esfuerzo llevar a cabo esa acción. Comenzarás a realizarla de forma automática (sin reflexión o un extra de motivación por tu parte).
Cuando esto sucede, lo más probable es que hayan transcurrido de 21 a 28 días, en los que, de forma continuada, esa nueva conducta ha estado en tu día a día.
3. “Mañana, el lunes, o la vuelta de las vacaciones, me pongo con ello
El mejor día para que instaures un nuevo hábito es hoy, te lo aseguro. Da igual que sean ya las 7 de la tarde o sea un sencillo jueves, así está bien. Recuerda que, cualquier momento, es estupendo para comenzar a cambiar.
Es verdad que hay personas que se motivan asignando una fecha concreta, o incluso simbólica (mi cumpleaños, enero, cuando me divorcie…)
Sin embargo, esto es un arma de doble filo. Cuando llega ese momento tan anhelado y anticipado, y ves que no has dado continuidad a aquello que te prometiste a ti mismo, esas fechas pierden credibilidad, y pareciera que hay que esperar a otro eclipse solar para comenzar de nuevo con esa acción.
Por eso, pase lo que pase, el mejor momento para comenzar es hoy y ahora. Busca la acción que hoy mismo puedes llevar a cabo para aproximarte a ese objetivo que tienes en mente. Algo podrás hacer en este mismo instante, ¡seguro!
4. Me siento un poco raro, se me hace extraño
Es importante que recuerdes que, siempre que introduzcas un cambio en tu vida, por muy bueno que sea y así lo consideres, necesitarás un tiempo (variable de unas personas a otras) para asentarlo.
Si confundes la incomodidad normal del periodo de adaptación con “esto no es lo mío”, “quizá no valgo para esto”, etc.; lo más probable es que tires la toalla antes de tiempo, y de nuevo se cumpla la profecía de “no acabo nada de lo que empiezo”.
Date tiempo, tolera y normaliza la sensación de extrañeza del principio. Piensa que, tal vez, llevabas meses o años haciendo algo completamente distinto (levantarte a la 1 de la tarde)
¿Por qué castigarte entonces por sentirte incómodo cuando comienzas un ritual distinto (levantarte a las 8 de la mañana)?
5. Si dejo de hacer esto, ¿qué hago entonces?
Cuando intentas dejar un hábito tóxico (fumar, comer de forma compulsiva dulces, etc.), puedes encontrarte con un vacío tremendo, porque esa conducta dañina, de manera disfuncional, estaba cubriendo una necesidad (afectiva, emocional, psicológica) que tenías.
Al deshacerte de ella, te enfrentas al silencio, al “no sé qué hacer cuando llego a casa”. Por eso, es fundamental que tengas herramientas alternativas que te ayuden a satisfacer la necesidad emocional que había detrás a través de un hábito más saludable (deporte, relajación, sociabilidad, etc.)
Póntelo fácil, y elige de antemano cuál va a ser el hábito nuevo que va a sustituir al viejo/tóxico.
En cualquier caso, implantar un hábito es algo en lo que puedes entrenarte. No es una cuestión de ser (o no ser) una persona con fuerza de voluntad.
Más bien, es decidirte a entrenarte en esto.
¿Te imaginas que cada mes te comprometieras a instaurar un nuevo hábito, por pequeño que fuese, en tu vida?
¿No crees que esta exposición gradual al compromiso con las acciones iría aumentando tu perseverancia y fuerza de voluntad?
Si quieres que te acompañe y te ayude a instaurar nuevos hábitos saludables en tu vida, escríbeme y trabajamos en ello.
¿Te cuesta cambiar de hábitos?
¿Tienes algún hábito que estás deseando introducir en tu vida?
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