Cuando ni fueron felices, ni comieron perdices
Sí, no ha salido como tú pensabas, no os habíais ido a vivir juntos para esto, no habías luchado tanto para que acabara así, no creías que os pasaría a vosotros, pero así ha sido. Creías que si alguna vez el declive y el descuido asomaba a la puerta de tu relación, no ibas a estar tan ciego, como para no verlo
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Cuesta asumir que las cosas no siempre salen como uno quiere, que el guion de la vida no está prefijado, sino que va cambiando sobre la marcha.
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Cuesta reconocer que todo un sistema establecido se desconfigura, y no queda otra, que volver a la casilla de partida.
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Y en ti está la decisión de considerarlo un fracaso, mala suerte o desgracia. Cualquiera de estas interpretaciones te provocará sufrimiento, además de ser bastante improductivas.
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Puedes empezar a considerarlo simplemente un resultado no esperado, una experiencia que te ha hecho descubrir algunas de tus sombras, pero que también te puede ayudar a conocerte, a cuidarte, a enseñarte a proveerte de lo que necesitas.
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Nadie quiere este final para su cuento. Aunque si lo piensas, no hay peor final que seguir viviendo en un cuento que no es real, quedarte con un sapo que va de príncipe, o vivir en un castillo que es una jaula de oro.
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Puedes compadecerte eternamente; castigarte con lo que quedaba por escribir o lo que podrías haber escrito, si algunas de las escenas hubieran sido de forma distinta; o sentir el alivio que da la conciencia de que este final es tan válido y posible como cualquier otro.
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No contemplas esta opción como válida, te niegas a aceptar que no haya salido el plan
- A ratos piensas que tu relación tampoco estaba tan «enferma», rescatas incluso algunos momentos buenos.
- Magnificas e idealizas las épocas en las que existía el concepto de nosotros, aunque de eso haga mucho tiempo.
- Minimizas el impacto negativo que ha tenido algunas conductas tóxicas por parte de los dos, pese a que, racionalmente, sabes que el dolor, el rencor y las heridas han sido un fuego cruzado predominante en los últimos meses o años.
Tu resistencia hace que prolongues una relación, más allá de lo razonable y saludable.
Tu resistencia tiene varios nombres, a veces se llama miedo al abandono, otros pánico a la soledad, y también alterna con «¿y si no encuentro a otra persona con la que volver a sentirme pleno?», «¿y si luego me arrepiento?«, «¿y si aún podríamos darnos alguna oportunidad más?»
Lo que estás omitiendo es que has pasado por ese camino unas cuantas veces, has probado distintas estrategias, has vivido esa secuencia de la película tantas veces que parece el día de la marmota, repetido una y otra vez, sin poder salir del mismo bucle.
Estáis estirando tanto una situación, que está empezando a contaminarse de dolor, malas caras, frustraciones, desesperación y amargura, porque cada vez hay menos expectativas, esperanzas e ilusión por reanimar una relación que apenas tiene pulso.
Cada día que prolongas el sufrimiento, se va convirtiendo en un día que va a necesitar de más esfuerzos por revertir la contaminación y la herida.
¡Qué grande ha de ser el miedo a lo nuevo que te aferras a un dolor viejo, conocido y desgarrador!
Cuesta asumir que las cosas no siempre salen como uno quiere, que el guion de la vida no está prefijado, sino que va cambiando sobre la marcha.
El ejercicio de detenerse a perdonarse es difícil, perdonarse porque no siempre aciertas en las decisiones, porque estas no siempre conllevan los resultados esperados, porque eres parte responsable: unas veces de que el curso de los acontecimientos no resulte favorable, y otras, de no intervenir cuando el barco iba a la deriva.
Y es que vivir conlleva errar, e ir obteniendo aprendizajes de lo vivido, pero en cada momento decidimos y actuamos con el grado de consciencia, experiencia y conocimientos que tenemos, y es muy injusto y osado enjuiciarnos con «lo que debería haber hecho…», cuando solo tenemos margen de actuación en el presente.
Y en ti está la decisión de considerarlo un fracaso, mala suerte o desgracia.
Cualquiera de estas interpretaciones te provocará sufrimiento, además de ser bastante improductivas. Tomar consciencia de que la relación ha llegado a su fin puede ser muy doloroso, pero lo que provoca más sufrimiento es contarte la historia como si fueras la víctima indefensa de los acontecimientos, que no sabe de dónde le ha venido el tsunami.
A veces, necesitas ayuda profesional para poder elaborar una explicación de lo que sucedió y permitirte cerrar con paz y sentido, porque de lo que no te despides, te persigue.
Nadie quiere este final para su cuento
Es todo un proyecto de vida el que a veces se cae, son expectativas truncadas acerca de lo que ibas a compartir con esa persona. En ocasiones, el miedo a que esa persona salga definitivamente de tu vida (perder del todo la conexión con ella) es tan fuerte que prefieres malvivir que desconectarte del todo.
Sin embargo, es importante, darse cuenta de que, quizá, te estás aferrando a algo que ya no existe y la relación que tienes en tu cabeza ha podido desaparecer hace mucho tiempo. ¿Estás aferrándote a un fantasma?
Propuestas para tomar conciencia:
- No tengas miedo a hacer una auditoría de tu relación, siempre es mejor saber que no saber. Quien evita, puede tener luego menos margen de maniobra para recomponerse, y en cualquier caso, encontrarse todo de golpe.
- Recuerda que hay una responsabilidad dividida en una relación,; si somos dos, no aceptes que te asignen todo el peso de la relación, y no pretendas que el otro lo asuma.
- Pregúntate qué necesitas. Sé honesto contigo mismo, intenta mirar con los ojos transparentes la relación, ¿realmente ES lo que quieres o ERA?.
Si tu cuento no salió como tú esperabas, y te cuesta asumirlo, escríbenos y nos ponemos manos a la obra. Consulta.
¿Crees que tu relación puede haber llegado al final?
¿Piensas que te estás engañando y hace tiempo que ya no estáis bien?
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